sábado, 31 de marzo de 2012

DONDE UNO NO DEBE METER LA MANO

Aquí, donde uno se hace su vida; yo les cuento el relato del suceso acaecidos a Analisa y a Doña Rosa . Ambas mujeres de vida pública, siendo casi antónimas entre sí, puesto que una era meretriz y la otra servidora de Dios. Aunque no es mejor decir que ellas, metafóricamente  hablando, eran heraldas de una moneda llamada el alma humana.






Por Sevilla, por Salamanca, por Gadir, moraba pacíficamente un matrimonio de recién casados. Las ilusiones puestas  en aquella marcha llamado: ''viaje demasiado coñazo para aguantar a la parienta y salir corriendo de ahí', eran tan grandes los anhelos  que a los ojos del desgraciado caído en trampa, embobado y ''hechizado'' por los encantos de su temible dominatrix; todo le parecía bello y utópico. Lo más probable es que esa sensación de agrado desaparezca a los cinco años de estar ''atado'', ''tocado'' y ''hundido'' a la unión de convinencia y tenga planeado ir a por tabaco para jamás  volver a su ''casa'' junto a sus hijos y su cónyuge, apenas reconocible desde la Luna de miel. Pero tiempo al tiempo, puesto  a que nada es para siempre. En definitiva: La mujer, precisamente esta, degrado al hombre hasta niveles insospechados e incluso horripilantes.




Por esa zona, también vivía una bella dama encantadora de nombre Rosaleda; Doña rosa le conocía el vecindario. Le encantaba la natura, en especial la Flora. Tampoco le hacía ascos a la Animalia. Mujer de letras, desde luego no lo era. Las ciencias exactas se acercaban mucho a sus gustos, más que un libro de género fantástico o incluso los que estaban basados en hechos históricos.




En su pequeño apartamento había acobijado a una bondadosa y amigable chica, de nombre Analisa. Ella tan  sólo contaba con dos decenios de su vidorra que se habría pegado. Ambas amigas sabían que dónde estaban y cómo son, podían sacarse una pasta gansa. Analisa, si bien era ''servidora'' de Dios, aprovechaba cualquier momento para engañar a las gentes crédulas y clérigos con sus ''tácticas'' ( Rosa diría : ''Artimañas'') y sacar buena tajada. En cambio Rosa, pese a su oficio no era muy honorable pero al menos era una persona de confianza y muy servicial, no como su huésped. ''Que sosa eres...'' es lo que le diría ella.



Desde es mismo día, llegando a oídos de ellas, un matrimonio se mudó cerca del edifico donde estas solían descansar. Un hombre tonto perdido y una mujer, que al parecer algunos rumores contaban; salió del mismo infierno. Piensa, que te piensa, Analisa ideó un plan. Ella visitaría al hombre y su hospedadora se presentaría y le iría enseñando al resto de los vecinos de la zona a la mujer.


Desde aquella noche , en vez de esperar; despertó a Rosa y le obligó a acompañarla al piso aún estando media dormida ella. Cuando llegaron a la puerta, leyeron un cartel que ponía : ''nidito de amor''. No se había  equivocado. Pero de pronto, se oyó un ruido. Analisa, sin darle importancia, forcejeó  la cerradura y pudo entrar con la mayor tranquilidad



Pero al encender la luz, descubrió que el piso estaba vacío. Rosa le había sola en el momento. Una luces intensas  le cegaron de repente ¡Resulto ser la guardia civil! Analisa intentó correr pero fue detenida a la final. Rosa se dirigió a su casa, donde se aguardaba el matrimonio. Anteriormente, Rosa les contó el plan de Aanalisa cuando los supo. Pese a ser desconocidos, prefería que estuvieran en el piso de un vecino antes de que fueran estafados o robados.




Y como dice el dicho: ''La avaricia rompe el saco''.





domingo, 18 de marzo de 2012

LA MANTA PÚRPURA PARA LA QUE LLEGA DESDE LO LEJOS .

Bajo la luz de la hermana del Sol, una mujercilla corría en busca de la querida libertad ,con ansias ser tratada como una igual.Un campo de plantas sin flores ni frutos y arbustos espinosos le bordeaba. Una bata de laboratorio tapaba apenas su frágil y delgado cuerpo (cubierto de llagas sin cicatrizar). La respiración se le acortaba con cada paso y salto que daba. No iba a dejarse vencer por la flora del lugar, agradecía su gran voluntad para querer vivir. Mientras  tanto, su escape le  alejaba de lo salvaje y se adentraba a lo humanizado. En la lejanía, las luces naranjas  iluminaban el mundo de la noche. Nuestra mujercilla explotaba de la alegría. Su pies parecían reventarse de un momento a otro; estaban llenos de callos tras la travesía. En un instante determinado dejó de correr y dedicó unos momentos a observar aquel fondo que le sonaba un tanto familiar.



«Mi juventud y mi infancia, llena de ilusiones y esperanzas, fueron despedazados en aquel orfanato de la ''felicidad''. Sin embargo, ahora puedo reunirme con los míos y demostraré lo que la paciencia y la voluntad me han enseñado.» pensó con algo de euforia. De nuevo retomó el viaje con dirección a los suburbios. El camino, pese a estar sin luz que lo mostrase con claridad, notaba con  el frío sentir de la piedra con sus pies planos, algo anchos y lisos. De pronto, notó la presencia de un ser vivo.

                   

-¿ Necesita alguna ayuda ? Bueno, es más que obvio ¿Quiere que la lleve a un centro sanitario?-preguntó un hombre con una voz más grave de lo normal.
- Lo siento, no me fío de  los desconocidos y menos de los que se presentan así por las buenas- afirmó nuestra errante mujer.
-¿Santamaría...? ¿ Acaso no reconoces la voz del que te dio la vida en este planeta?
-¿No serás...?
-Si, yo soy tu progenitor.  El que yació con tu...
-¡Vale, vale! ¡Te creo! ¡No hace falta que especifiques!
-Mi niña... Vamos a ir casa... Los dos juntos...-Habló el hombre de manera dulce.
- ¡Ni lo sueñes, viejo!
-¡Lo que te he dicho no era pregunta!- expresó amenazante el hombre



Acto seguido, Santamaría  le propino una patada en sus partes bajas al hombre, dejándolo tendido en el suelo. Más tarde de comprobar si estaba inconsciente, ella se fue con la mayor tranquilidad del mundo a marcha de tortuga coja.





                                                                     ***


Mientras tanto, Narciso y Jacobo descansaban en dos dos pequeños camastros en una habitación de dimensiones relativamente pequeña, iluminada con la luz translúcida  originaria de las farolas de la calle.
El segundo que he nombrado era un chico que no pasaba de los veinticinco años. Era bastante alto en comparación con semejantes de su entorno. Narciso, por su parte era mucho más bajo que él,  pero al menos no se le colgaba del abdomen una barriga cervecera. Entre ambos la diferencia de edad no era grande, no obstante, pasaban la mayoría de edad. Jacobo roncaba. Mucho. Demasiado
 Pero por ahora no pasaba nada. Todavía...















Continuara...